Ella recostó su cabeza sobre su pecho, lo miró fijamente y después volvió a apoyarse en él. La besó en la mejilla y se incorporó. Las líneas paralelas entre sus ojos eran algo similar al muro de Berlín: indestructibles. Él le acarició el cuello y se fueron acercando, poco a poco, centímetro a centímetro. Cargaron el peso del momento en sus almas y se besaron.
Fue una décima de segundo, una fracción ínfima del tiempo completo de sus vidas. Algo a priori insignificante se convirtió en uno de los mejores momentos de sus vidas. De ahí a la eternidad. El poder de la sencillez.
ai cosas sencillas que son increibles como tu texto :)te sigo, espero que te pases por el mio
ResponderEliminarmuack ;)