Comenzó a caminar cabizbajo, sin mirar a la cara de las personas que se cruzaba. Sólo veía pies, zapatos que caminaban rápidos sobre los adoquines de la calle. Esos pies al menos tenían prisa por vivir, los suyos apenas querían seguir avanzando. Se sentó en la misma cafetería que venía haciéndolo desde hacía seis años. Cuando el camarero vino ni siquiera lo dejó hablar, directamente pidió un café.
Bebió lentamente, el café estaba caliente. Si hubiera tenido algo de fuerzas en su interior hubiera exigido al camarero, pero ni tan siquiera se veía capaz de eso. Miro hacia la calle a través del cristal que estaba a su izquierda, nada parecía que fuera a cambiar el rumbo de su vida. Tomó otro trago de café sin esperanza de aumentar la temperatura de su interior.
Miró hacia su derecha, la barra de la cafetería estaba allí. Detrás, tres máquinas de café hacían vibrar el estante donde se sostenían mientras expulsaban litros de ardiente oro negro. En el momento que iba a pedir la cuenta al camarero, algo evitó que levantara su brazo.
Piel pálida, fría. Ojos claros, rozando el azul del cielo que los vigilaba. El color rubio se hacía dueño de su cuello y espalda, su cabellera lisa era lo más parecido que él había visto a la perfección. Llevaba puesto un jersey azul, algo más oscuro que sus ojos, y un pantalón negro ceñido a sus piernas. Su vestuario terminaba en unos vertiginosos tacones negros que hacían tambalearse al universo.
Ella, con su majestuosa entrada en la cafetería, había evitado que hubiera pedido la cuenta. Estuvo mirándola durante cinco minutos, sin parpadear, mientras ella bebía un café con leche sentada en una mesa frente a él. Ella ojeaba un viejo libro, arañado por el paso de los segundos. En un breve instante, levantó la mirada y vió como la observaba. Él, sorprendido, bajó la cabeza y se quedó mirando la taza de café vacía que le servía de excusa para mirarla.
Pasados unos minutos, ella se levantó. Agarró su bolso y comenzó a caminar hacía la salida, situada detrás de él. Cuando estaba pasando por al lado de su mesa, dejó caer un papel sobre su mesa. Él se quedo paralizado mientras ella salía por la puerta de la cafetería. Cuando consiguió reaccionar, miró hacía atrás y ella ya no estaba. Cogió el papel que había dejado sobre la mesa y lo observó. Se quedo atónito. En él había un número de teléfono. Debajo de éste, ella había escrito:
Las sonrisas son la luz que ilumina los días oscuros y ensombrecidos.
Sonrió al leerlo. Por primera vez en meses sentía algo más que el viento helado de las calles de Ginebra. El calor del latido de su corazón acelerado comenzaba a descongelar el alma de un anónimo extranjero solitario.
las sonrisas son perfectas, me encanto la frase!
ResponderEliminarun beso!
Creo que tu filosofía supera la mia con creces, pero no siempre es fácil cerrar los ojos y volar...
ResponderEliminarLos textos de tu blog tb son geniales, me lo apunto y así lo voy siguiendo ;)
Un besillo
Oye tienes talento eh! =D es que lo leo y me imagino es que bonito. Desde luego que una sonrisa es capaz de alegrar el día a cualquiera.
ResponderEliminarCiaoo!=D
No miento ^^
ResponderEliminarAunque solo me ha dado tiempo a leer los últimos textos, pero coincido con Anna en lo del talento (y en lo de la sonrisa)
Un beso y a seguir así!!!
En primer lugar... no es muy acertado llamar dos veces mentiroso a alguien que no conoces...
ResponderEliminarEn segundo... Si sigo tu blog será por el hecho de que me gusta lo que escribes, ¿si tienes talento o no? cuestion de opiniones, pero si me gusta lo que escribes, pensare que lo tienes
En tercero... prefiero que me llamen por mi nombre a chica.
En cuarto... espero que no te moleste el comentario, solo son aclaraciones (hay que decir lo que gusta y lo que no ¿no?)
Un beso!!