11.27.2012

X (I)

Sintió el roce gélido del cañón del arma sobre su sien. 

- Si te mueves un sólo centímetro, lo próximo que pase por tu cabeza será el plomo de la bala.

La amenaza parecía firme, sin nerviosismo aparente. La voz era grave, profunda, pero irreconocible. El pañuelo en los ojos le impedía saber quien sostenía el arma. Tampoco serviría de mucho saberlo. Notaba sus muñecas atadas y sus pies parecían enraizados con una soga a la silla en la que estaba sentado.

El olor que emanaba de aquel lugar era una mezcla a mierda, sangre y vómito. Olía a muerte. A muerte cruel y desgarradora. 

Comenzó a escuchar el eco de un sonido rítmico que, poco a poco, iba acercándose hasta donde estaba. Algo martilleaba el suelo de un lugar amplio y cubierto. El viento no circulaba, a pesar del frío helador que hacía estremecer hasta los huesos. Cuando el sonido comenzaba a escucharse más fuerte, de repente se detuvo. El aroma que envolvía aquella situación ciega cambió sus matices completamente. Se podía percibir una fragancia delicada, sensual ante el olfato de un hombre. Era un perfume de mujer. Entonces, comprendió que la percusión cíclica antes escuchada eran los tacones de una mujer golpeando el suelo con un caminar constante y regular. 

No entendía nada. 

Unas manos débiles y frías comenzaron a acariciar su rostro. Sus pómulos, su mentón, sus labios. Después, sintió como el pañuelo que mantenía el telón de la función bajado empezaba a destensarse. Cayó sobre su cuello y fue retirado suavemente. Abrió los ojos y la luz impacto con sus retinas de forma violenta. Le costó varios segundos ver con nitidez y observar detenidamente qué sucedía.

Entonces, sólo entonces, comenzó a comprender qué sucedía.