8.27.2010

The world is mine.

¿Nunca has tenido la sensación de manejar a la perfección lo que fluye a tu alrededor? ¿Nunca has notado que puedes tergiversar como te plazca lo que sucede cerca tuya? ¿Nunca has sentido que eres capaz de dominar desde alfa hasta omega con el tacto de tus pensamientos?

Es una sensación tan irreal como placentera. Es una manera increíble de ser feliz flotando sobre la suave tela de la mentira. Y es aquí donde entra un gran dilema existencial: ¿verdad o felicidad? La respuesta es demasiado bipolar y variante. Depende del día, la hora, el clima, el lugar, las personas, los sentimientos, los pensamientos, lo que bebes y comes, la ropa que llevas puesta y un sin fin de variables.

Pero hoy, a las 3.44 de la madrugada de un precioso 28 de agosto, me siento indestructible. Siento que el mundo es mío.




8.23.2010

Estrellas.

Tres y diez de la madrugada. Una playa perdida, sin arena. El suelo estaba repleto de piedras y mis venas, a su vez, de alcohol. La borrachera iba bajando ya y, durante el inicio de esa fase en la que entras en el bajón típico de cada fiesta, me recosté cerca de la orilla. El mar despedía su inconfundible olor a sal y el viento congelaba mis pies desnudos. Las piedras del suelo quebraban todos los músculos de mi espalda y haciendo retorcerse a mi columna en busca de una posición cómoda. Bebí un trago de ron con Coca-Cola y miré al cielo. Estaba cubierto de infinidad de estrellas. Hacía tiempo que no veía una imagen tan bonita.

Comencé a recordar cosas del pasado que me hicieron feliz mientras las vivía y sonreí por un instante. Me dí cuenta de que a pesar de que la vida es muy puta, nos reserva pequeños momentos de alegría para recordar eternamente. Y es que cuando la cosa no marcha bien, nunca está de más mirar atrás en nuestra vida y darnos cuenta de lo que fuimos capaces de hacer: ser felices.

8.13.2010

Rubí en dos dividido.

Susurra al oído de los afortunados las palabras de la perdición. Evoca los sentimientos más escalofriantes de miles de formas diferentes. Roza lentamente la piel con la suavidad del terciopelo. Besa eternamente en la memoria de los que la desean.

Fue y es inspiración de poetas, la flaqueza de todos los enfermos de amor. Es contactar con su parte más externa uno de los más grandes deseos jamás experimentados por el ser humano. Pasión pura y ardiente, ansiedad por morderla hasta el ocaso de la vida. Y cuando esto se consigue, se convierte en la droga más adictiva e insaciable.



Es tu boca, rubí en dos dividido.

8.10.2010

Embraces.

La vida está llena de pequeños detalles, pequeñas maravillas que alimentan nuestra felicidad. Sonrisas, amaneceres, miradas... y abrazos. Según el diccionario estos son: muestra o gesto de afecto que consiste en estrechar entre los brazos a una persona. Y como de costumbre, el diccionario se queda corto para describir una acción sentimental.

Un abrazo va más allá de una simple muestra de afecto. Significa unión entre dos personas. Muestra el amor, fraternal o romántico, entre dos almas. Es el acto humano que aúna los sentimientos que brotan de dos cuerpos. Es bienestar, calma, paz, aislamiento, seguridad... Es encontrar durante el tiempo que dura una de esas felicidades que esconde el mundo.


Y es que, dudo que haya cosas mejores que dar un gran abrazo a una de esas personas que quieres con el corazón.

8.06.2010

Violento mar.

Se quedo mirándola cuando ella veía en la televisión alguna mala serie de dibujos animados. Los dos sabían por qué estaban allí. Los dos tenían el mismo objetivo aquella mañana: sonreír mientras estaban juntos.

Comenzaron los juegos. La lucha por el mando de la televisión sólo fue una mala excusa para empezar a rozarse el uno con el otro. Sentir la piel de ella junto a la suya fue una sensación que echaba de menos desde hacía tiempo. El olor del perfume de su cuello lo colocaba, lo hacía viajar a través de un mundo imaginario en el que reinaba la felicidad.

Justo cuando el juego iba a convertirse en verdadera acción, sonó su teléfono móvil. Tenía que marcharse. La historia de sus miradas se quedo en la introducción de una bonita novela romántica de la que se desconoce el final. Ahora, sólo le queda jugar bien las cartas que le ha proporcionado el destino. Aún así, es ella la que tiene el timón del barco que surca el mar de los sentimientos que los une.

8.03.2010

Café suizo.

Ocho de la mañana. Se enfundó una chaqueta de cuero para evitar el frío invernal que habitaba en tierras suizas. Salió de casa entristecido, absorto en la pesadez de su vida. Seguramente era la soledad, aunque también podría ser el clima lo que estaba congelando su alma. Hacía tiempo que no era capaz de sentir el calor humano.

Comenzó a caminar cabizbajo, sin mirar a la cara de las personas que se cruzaba. Sólo veía pies, zapatos que caminaban rápidos sobre los adoquines de la calle. Esos pies al menos tenían prisa por vivir, los suyos apenas querían seguir avanzando. Se sentó en la misma cafetería que venía haciéndolo desde hacía seis años. Cuando el camarero vino ni siquiera lo dejó hablar, directamente pidió un café.

Bebió lentamente, el café estaba caliente. Si hubiera tenido algo de fuerzas en su interior hubiera exigido al camarero, pero ni tan siquiera se veía capaz de eso. Miro hacia la calle a través del cristal que estaba a su izquierda, nada parecía que fuera a cambiar el rumbo de su vida. Tomó otro trago de café sin esperanza de aumentar la temperatura de su interior.

Miró hacia su derecha, la barra de la cafetería estaba allí. Detrás, tres máquinas de café hacían vibrar el estante donde se sostenían mientras expulsaban litros de ardiente oro negro. En el momento que iba a pedir la cuenta al camarero, algo evitó que levantara su brazo.

Piel pálida, fría. Ojos claros, rozando el azul del cielo que los vigilaba. El color rubio se hacía dueño de su cuello y espalda, su cabellera lisa era lo más parecido que él había visto a la perfección. Llevaba puesto un jersey azul, algo más oscuro que sus ojos, y un pantalón negro ceñido a sus piernas. Su vestuario terminaba en unos vertiginosos tacones negros que hacían tambalearse al universo.

Ella, con su majestuosa entrada en la cafetería, había evitado que hubiera pedido la cuenta. Estuvo mirándola durante cinco minutos, sin parpadear, mientras ella bebía un café con leche sentada en una mesa frente a él. Ella ojeaba un viejo libro, arañado por el paso de los segundos. En un breve instante, levantó la mirada y vió como la observaba. Él, sorprendido, bajó la cabeza y se quedó mirando la taza de café vacía que le servía de excusa para mirarla.

Pasados unos minutos, ella se levantó. Agarró su bolso y comenzó a caminar hacía la salida, situada detrás de él. Cuando estaba pasando por al lado de su mesa, dejó caer un papel sobre su mesa. Él se quedo paralizado mientras ella salía por la puerta de la cafetería. Cuando consiguió reaccionar, miró hacía atrás y ella ya no estaba. Cogió el papel que había dejado sobre la mesa y lo observó. Se quedo atónito. En él había un número de teléfono. Debajo de éste, ella había escrito:

Las sonrisas son la luz que ilumina los días oscuros y ensombrecidos.

Sonrió al leerlo. Por primera vez en meses sentía algo más que el viento helado de las calles de Ginebra. El calor del latido de su corazón acelerado comenzaba a descongelar el alma de un anónimo extranjero solitario.



8.02.2010

El poder de la sencillez.

Ella se sentó a su lado y comenzó a jugar con sus manos. Los cruces de miradas acompañados de sonrisas eran cada vez más violentos. Las cosquillas de él sólo fueron una excusa para tocar su cuerpo. Las caricias en su espalda, sólo una muestra de cariño.

Ella recostó su cabeza sobre su pecho, lo miró fijamente y después volvió a apoyarse en él. La besó en la mejilla y se incorporó. Las líneas paralelas entre sus ojos eran algo similar al muro de Berlín: indestructibles. Él le acarició el cuello y se fueron acercando, poco a poco, centímetro a centímetro. Cargaron el peso del momento en sus almas y se besaron.

Fue una décima de segundo, una fracción ínfima del tiempo completo de sus vidas. Algo a priori insignificante se convirtió en uno de los mejores momentos de sus vidas. De ahí a la eternidad. El poder de la sencillez.